23 may 2009

Costa Rica: rumbo a un caótico incremento de las revueltas y los disturbios sociales(*)

Los comunistas consideran indigno
ocultar sus ideas y propósitos,
proclaman abiertamente que sus objetivos
sólo pueden ser alcanzados, derrocando por la violencia
todo el orden social existente.
Que las clases dominantes tiemblen
ante una revolución comunista.
Los proletarios no tienen nada que perder
en esta, más que sus cadenas.
Tienen, en cambio, un mundo que ganar.

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La Bella Bruja - Mensaje al alto poder
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En esta crisis, sería sano ver una autocrítica de los economistas y un reexamen de su ciencia.
Porque de todas, fallaron todas: previsión, diagnóstico, alcances, soluciones y duración. De haber sido médicos, el paciente se habría muerto varias veces. Olvidaron que su ciencia nació como economía política y que lo que importa es la economía real y no las abstracciones.

Con el sombrero de la recesión, o sin él, la clase política debe admitir que la Costa Rica que se perdió no es solo la de la carreta y el Cadejos, sino la de una clase media fuerte, trabajadora y con oportunidades; la de un campesinado vigoroso, dueño de sus propias tierras, con crédito, mercado y posibilidad de estudio para sus hijos; la de un sector laboral con empleo, salarios crecientes y organizaciones gremiales de protección y defensa; y la de una intelectualidad politizada, con sentido crítico, sin miedo al debate democrático.

Hoy los tugurios y la miseria conviven con los guetos millonarios. Y en su entorno se agazapan las “bandas de polacos”, o las “cuevas de sapos”. Unos guardas privados y unas murallas perimetrales, incapaces de detener los desbordes de masas incontroladas, es lo único que los separa.

Los unen, en cambio, los temores de unos y los resentimientos de otros, gracias a un modelo de desarrollo que incrementó la riqueza en un polo y la pobreza en otro, sin ninguna compensación; que desmejoró la condición de amplios sectores de la clase media y abrió brechas de desigualdad social tan anchas, que perfilaron varias Costa Ricas.

El grotesco y ostentoso hedonismo de los nuevos ricos da la razón a la Iglesia y no al Presidente, porque el problema no es de caridad, sino de políticas sociales, que no basta enunciar, sino que debieron ejecutarse ayer.